Me invitaron a una reunión para antiguos compañeros del instituto donde todo era confuso y aterrador. La gente sonreía evocando viejas anécdotas que yo tan siquiera recordaba. Bebí cerveza caliente y comencé a emborracharme por puro desgaste. También mantuve un simulacro de charla con una pareja muy imbécil que mostraba (orgullosa) síntomas de envejecimiento prematuro. Él estaba calvo y madrugaba los domingos para ver como Fernando Alonso aceleraba en las curvas. Ella intentaba superar el trauma que le produjo la última “operación bikini” acudiendo tres veces por semana al gabinete de un psicoterapeuta. Los dos reciclaban tetrabriks dentro del contenedor amarillo. Los dos hipotecaban el sueldo de la nómina comprando toda la cacharrería que Media Markt ofertaba en su puto catálogo. Abrí otra cerveza y deambulé sin rumbo intercambiando respuestas homologadas. Ya digo, todo parecía demasiado caótico. El consumo de alcohol o, quizá, la propia estupidez colectiva empezó a sembrar cierto desorden entre los asistentes. Hubo gritos, hubo carcajadas postizas e, incluso, hubo un amago de bronca que casi termina a puñetazos. Desgraciadamente, tampoco hubo heridos. Justo cuando maduraba una excusa que me permitiera huir, (sin dejar pistas), alguien cambió la música formándose un círculo junto a la salida de emergencia. Se trataba de otro borracho que reivindicaba protagonismo bajándose los pantalones. El tipo forzaba una coreografía bastante torpe mientras los demás aplaudían su espontaneidad; juzgando sus muecas, supuse que el baile pretendía imitar una danza erótica. Entonces, me presentaron a Francisco José Martínez-Chacón. Nombre compuesto y apellido compuesto: un cretino de lo más simple. Estuvimos hablando, (¿quedaba otro remedio?), sobre cuánto molaban esta clase de reuniones. “Habría que hacerlas más a menudo”, subrayó. Francisco José Martínez-Chacón trabajaba como creativo en una agencia de publicidad. Su presencia desprendía magnetismo, glamour, o cualquier otro calificativo que nos sirviese para referirnos a un sarasa indigesto pero forrado de billetes. La riñonera “Louis Vuitton” y el bigote aristócrata elevaban su tarifa dentro del cuarto oscuro. No obstante, yo intuía el origen de su tragedia: la primera vez que despegó los párpados fue en la papelera de una clínica abortiva.
—¿Has visto ese anuncio de telefonía móvil donde una pareja se declara amor eterno mediante emoticonos de WhatsApp?
—No _respondí_. No lo he visto.
—Pues esa idea ha sido mía.
Texto: Willy Laserna http://willylaserna.com/
Hola,
ResponderEliminarEstoy buscando información sobre el apellido Martínez-Chacón (perteneciente a mi familia) y de casualidad he dado con tu blog, quizás te parezca extraño pero tenemos poca información sobre nuestra parte familiar con dicho apellido y ver tu blog me ha llamado mucho la atención. Al ser un compuesto hay poca información por internet y me gustaría saber si es posible que me pasaras el contacto de este chico. Quizás nos ayude a completar la información pudiéndonos decir de que parte de la familia viene.
Muchas gracias de antemano.
Un saludo.
Hola Amparo, lamento comunicarte que el texto referente a esta entrada es de Willy Laserna.
ResponderEliminarEl Martínez-Chacón al que hace referencia es un personaje inventado.
Si quieres puedes comunicarte con el autor del relato desde su página web para confirmarlo.
http://willylaserna.com/
Saludos